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PINK FLAMINGOS

 —No se va a morir.

Angelito me mira desde la puerta del bus en el que estamos hablando. Sus huesos se marcan a la par que los músculos de sus brazos y la piel negra de su pecho se nota quemada por el sol. Tiene pegamento en los dedos de la mano derecha, y con la izquierda sostiene un vaso de gaseosa que le hace temblar por la humedad. Debe tener unos treinta años, aunque su rostro se ve envejecido por las drogas y el alcohol. Angelito tiene el pelo corto y una cicatriz sobre el hueso parietal de la cabeza; un short azul que baja de su cadera y zapatillas negras, viejas y rotas. 

—Los drogos se levantan más por las ganas de fumar, que por las ganas de vivir. 

Angelito no tiene casa. En vez de cama usa pedazos de cartón y vive en una calle de desmonte y basura. En las noches pasa frío, pero en las mañanas el olor a caramelo y el PBC lo hacen olvidar. 

Llegamos a las diez y quince de la mañana y apenas son las diez y media. Se acercó a saludar a Juan “Loco Basura”, ex líder de Los Gallos de  Mi Perú, pero se quedó cuando vio llorar a Jessica. No se sentó ni terminó de cruzar la puerta e intuyo que es una respuesta a no saber quien soy. 

—Y si se muere es que le toca. 

Estamos en el limbo entre Mi Perú y  Ventanilla. Una zona industrial de la que se quejan los vecinos porque contamina el aire con plomo y cadmio. Tienen razón de hacerlo, solo en 2018, un menor de dos años tenía 20.8 microgramos de plomo por decilitro de sangre. Eso es 110 por ciento más de lo que un niño debería tener. La cuestión es que en Mi Perú hay sistemas que no funcionan, hay gente muriendo y por eso estamos aquí.

—Cuando te toca, te toca. 

Es difícil pensar que hablamos de una persona. Una calle más arriba el hijo de Jessica, con poco más de veintiséis años, está muriendo de SIDA. Hace calor, un sol enfermizo y el distrito es como un caldero que cocina a la gente con sus enfermedades. Tenemos algunas ventanas abiertas para dejar que el humo de la hierba salga pero el olor está en cada asiento del bus. Elvis “Pequinés” Arcela, que vive en la cochera de Etcimatisa, le dice a Jessica que llame a los bomberos. 

—Diles que tu hijo se está muriendo. Que necesita ayuda.

—No, no quiero que se lo lleven.

Se hace un silencio de complicidad. Casi con la edad de Mi Perú, Jessica se siente mejor drogándose con su hijo moribundo al lado que llevándolo a un hospital. Quizá por eso Angelito es duro. A lo mejor siente cierta culpa porque él les vende la pasta que lleva en el canguro viejo de su pecho. Cuando nota que lo miro, lo gira hasta su espalda.  

Ya son 40 años desde que se descubrió el VIH y 123 desde su origen filogenético. En todo este tiempo y pasando por diferentes manos, no se ha encontrado forma de curarlo. Se estima que, hasta el momento y en el mundo, este virus ha matado a más de 40,4 millones de personas. Antes del 83, se creía que las enfermedades infecciosas ya no eran una gran amenaza para la humanidad. Según el patólogo Luis Figueroa, luego del SIDA, esta confianza se rompió.

En el 81 algunas personas homosexuales de New York y San Francisco contrajeron infecciones oportunistas (pneumocystis carinii) y sarcoma de Kaposi. Este tipo de infecciones no suelen ser contraídas cuando se está sano, y afectan de sobremanera a aquellos que sufren de inmunodeficiencias. Debido a este inicio mucha gente creía que solo los homosexuales y transexuales transmitían la enfermedad. La prensa de esos años la llamó “peste rosa”, “síndrome homosexual”, “cancer gay” e incluso hay registros de que el primer nombre que se le dio fue "inmunodeficiencia relacionada con personas gay". La revista TIME publicó el cuatro de julio de 1983: “Los hombres homosexuales son tratados como leprosos”.

Por unos años esto llevó a pensar a las personas que estaban a salvo de la enfermedad gracias a sus preferencias sexuales y hasta la actualidad el estigma se mantiene aunque no tenga tanta fuerza. El 16 de febrero de 1987, otra vez la revista TIME publicó sobre el tema, pero ahora hablando del aumento de contagios en parejas heterosexuales. El mito se rompió.

 

 

Algunos dicen que Angelito es peligroso. Mirando su entorno, pienso que no hay otra forma de que se mantenga vivo. Las calles entre las fábricas son vigiladas desde distintos puntos: En la calle Pablo Boner están los que venden PBC y marihuana. Pequinés dice que son de San Borja y que están armados, pero no los conoce. En las avenidas principales: Avenida de la Revolución y Avenida Cuzco, hay un par de autos vigilando y recogiendo la plata. Se mueven de vez en cuando, dan una vuelta por Mi Perú y luego vuelven.

—Eso es una mierda, Angelito —dijo Juan.

—Pero es la verdad. Cuando muera su hijo ella va a llorar un rato, luego empezará a fumar y se olvidará de por qué está llorando.

El cuerpo de Jessica tiembla cuando escucha lo que dice Angel. La piel de su rostro luce arrugada y seca. La estructura de sus ojos apunta al suelo y las escasas lágrimas que le salen, recorren los surcos de su vida marchita. Está triste, aunque no lo entiende. Y desde sus labios quemados repite que no quiere que se lleven a su hijo. 

La dinámica de los padres jóvenes suele ser la misma: Pensar que lo que pueden dar es suficiente. Condenar a sus hijos a seguir sus pasos y abarrotarlos de miedos, traumas y estigmas. Cuando miro a Jessica, su espalda ancha, sus caderas angostas y toda la forma de su cuerpo me hacen pensar que es producto de Mi Perú, porque Mi Perú recoge todo lo malo que hay en otros lugares del país. El primer nombre que se le dió fue “la conquista del desierto”, en 1985, cuando sólo había 22 familias reubicadas por el Gobierno Central. En sus 38 años existiendo, a Mi Perú ha llegado gente de bien y gente de mal.

 

 

Mientras conversan y Angelito se va, Juan me cuenta la historia de su hermano Lito. Mario Antonio “Lito” Talavera está enfermo desde hace más de 38 años de VIH y es, para alimentar el estigma, homosexual. Cuando era joven trabajaba en el Night Club Moonlight en el Óvalo Higuereta, e iban juntos a todas partes. Me cuenta otra vez la historia de Charlotte y su escape juntos a Chepén, en Chiclayo. Me cuenta su intento de suicidio y cómo su hermano estuvo ahí. Ambos crecieron juntos, pero el VIH es más problemático para Juan, que para Lito. 

En nuestro país, ESSALUD ha registrado 939 casos nuevos en 2023. Esto son 100 casos más de lo que se registró el año pasado. La enfermedad llegó con un paciente homosexual desde Estados Unidos en el 83, y los doctores peruanos lo diagnosticaron por lo poco que llegaba al país de las revistas americanas. Se sabe que Perú fue uno de los primeros en detectar la enfermedad en Sudamérica y que el paciente fue sometido a terapia antituberculosa y cotrimoxazol. Tal y como pasó con el AZT, el resultado fue la muerte. 

El VIH fue uno de los mayores desastres iatrogénicos de la historia. Los profesionales de la salud peruanos se negaban a atender a los pacientes y, aunque la enfermedad avanzaba lento (para el 86 había 18 contagiados), el alarmismo hacía que se aísle a los pacientes, y se quemara las sábanas que usaban. 

 

 

Es domingo, los domingos no hay mucha gente aquí como el resto de la semana. La mayoría están divagando por las calles de Ventanilla; llenando carros en la avenida Ayacucho o limpiando lunas en el semáforo de Néstor Gambeta, en la entrada de Pachacutec. Otros días hay una marea de “zombis” caminando por estas calles y en las esquinas, contra las paredes, se pierden buscando sombra. Los domingos hay poca gente, una camada de cuerpos que comparten cartones y demás cosas. Jessica nos sacó del bus y nos hizo caminar entre ellos. Reconocí a Cristina, la novia de Emerson, que dejó a su hijo en casa y buscaba PBC vendiendo su cuerpo. Me miró desde una choza, entre tres personas acostadas y la miré pensando en todos los que habían sido contagiados acá. Dos chozas más allá, un metro por debajo del nivel de la arena está el hijo de Jessica.

El sol está justo sobre nosotros, seguro son las doce o quizá un poco más. El viento mueve la única tela que les da privacidad en esta calle y la arena se mete entre los plásticos reclamando su lugar. En las paredes están las marcas de la expulsión que sufrieron ayer, cuando la policía quemó sus chozas y en el aire, el rumor de que son como ratas y este es su lugar. El hijo de Jessica está a un lado, con la cabeza en una esquina y envuelto en colchas como si ya estuviese muerto. Su rostro está seco, y parece que le han absorbido todo el líquido del cuerpo ahí tirado. Se despierta a pedir agua. 

—Agua.

Jessica le da un poco de gaseosa. Su voz me hace recordar que estamos en un desierto, el desierto de      Lima, y que a veces se va el agua. 

—Ya no come, solo pide agua. 

No puedo evitar pensar que es tarde para buscar ayuda. Que el tiempo de este chico, que apenas supera mi edad, está por acabarse. Que en Perú y el resto del mundo, el SIDA no debería ser un problema cuando la tasa de mortalidad ha disminuido en un 69 por ciento desde el pico del 2004. No puedo evitar pensar que es absurdo que en Filipinas haya un aumento del 174 por ciento de contagios luego de 40 años del descubrimiento de la enfermedad. Que solo el 86 por ciento de las personas infectadas conozcan su estado, y que entre ellos el 76 por ciento tenga acceso al tratamiento. 

Antes de irnos, pienso en disculparme pero no hay palabras para hacerlo. Se me ocurre decir que volveremos y lo suelto. Me arrepiento pero no hago nada para solventarlo. 

 

 

Han pasado tres días desde que visitamos a Jessica. En la avenida Huaura de Mi Perú escucho a Jano, un hombre loco con una cruz tatuada en la frente, decir que el hijo de Jessica ha muerto. Se lo dice a un cobrador de Sol y Mar y él repite la noticia al chofer.

—Uno puede ser cualquier cosa, pero dejar morir a tu hijo es imperdonable. 

Poco se podría explicar de lo que intentaba Jessica con su hijo. Una vez escuché a alguien decir que estaba perdido de joven, pero no tan perdido como para dejarse morir. Puede que eso sea incomprensible para muchas personas, pero habría otros que lo tomen como un rezo. Yo lo tomo como una posibilidad, un recurrente en el distrito, un molde. He escuchado a los viejos Gallos conversar sobre esto. Ellos dicen que la gente de Mi Perú fue olvidada por Dios.

PINK FLAMINGOSFrancisco Talavera / Angel Dioses
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"A la sombra de Mi Perú, el hijo de Jessica siguió muriendo"

Crónica desesperanzada sobre las tramas de Lima, porque Lima es gris en todos sus huecos.

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